Academia y docencia, Economía política

El proyecto de “ley de eficiencia económica y generación de empleo”: una nueva forma de enfermedad holandesa

A continuación, se expondrán ciertas consideraciones que nos obligan a ser más cautos en nuestras expectativas con respecto al papel que puedan jugar tanto la inversión privada como la inversión extranjera en el desarrollo del país. Y, por tanto, manifestar una actitud de incredulidad respecto al proyecto de “ley de eficiencia económica y generación de empleo”, que pretende mejorar el empleo y los salarios precisamente a través de la inversión privada y la inversión extranjera (zonas francas y alianzas público-privadas), desacoplándolas totalmente de la planificación de desarrollo nacional, contradiciendo de esta forma lo que establece nuestra Constitución.

A partir de mediados del siglo XX, la ciencia económica comenzó a preguntarse seriamente acerca de los problemas de los países menos favorecidos. En este contexto, para 1954, el economista William Arthur Lewis propuso describir a estas economías a través de un modelo abstracto de economía con dos sectores.

Algunas de las conclusiones más llamativas de este modelo son aquellas acerca de los salarios. En el modelo neoclásico marginalista se describe una economía relativamente homogénea en su oferta y demanda de trabajo, por lo que el salario en el mercado competitivo termina siendo igual a la productividad marginal del trabajo (es decir, la productividad del último trabajador). Esta productividad depende tanto de la disponibilidad de la mano de obra como del capital disponible para los trabajadores y la tecnología empleada para combinar estos dos. Ningún trabajador estaría dispuesto a trabajar por un salario menor, porque siempre habrá un capitalista dispuesto a entrar al mercado (libre entrada y salida) y emplear a un trabajador por su productividad marginal. De alguna forma, este modelo termina asumiendo que siempre hay suficiente demanda de trabajo.

Lewis, en cambio, plantea un modelo de una economía con una oferta ilimitada de trabajo (relativa a la disponibilidad de capital). Esta economía tendría dos sectores. Un sector de subsistencia, en el que el ingreso es apenas suficiente para cubrir las necesidades básicas inmediatas de quienes trabajan allí (que no podrían llamarse propiamente asalariados), cuya productividad marginal es cercana a cero. Por otro lado, un sector capitalista limitado por la misma escasez de capital en esta economía: “Inevitablemente, lo que uno obtiene son parcelas altamente desarrolladas de la economía, rodeadas por oscuridad económica” (Lewis, 1954, p. 148).

Dada la gran disponibilidad de trabajadores, el salario en el sector capitalista no estará determinado por la productividad marginal del trabajador, sino por el ingreso de los trabajadores del sector de subsistencia, que actúa como un piso (p. 150): el salario del sector capitalista sería el ingreso del sector de subsistencia más un margen (p. 189).

El hecho de que el nivel de salarios del sector capitalista dependa de los ingresos del sector de subsistencia puede ser de inmensa importancia política, ya que su efecto es que los capitalistas tienen un interés directo en mantener una baja productividad en los trabajadores de subsistencia. De esa forma, los dueños de plantaciones no tienen interés en buscar que el conocimiento de nuevas técnicas o nuevas semillas sea transmitido a los campesinos, y si son los suficientemente influyentes en el gobierno, no usarán esa influencia para expandir la infraestructura necesaria para la expansión agrícola. No apoyarán propuestas para asentamiento de tierras, y, en lugar de ellos, usualmente se encontrarán involucrados en desalojar a los campesinos de sus tierras. (p. 149, énfasis añadido)

Siguiendo el mismo razonamiento, Lewis llega a concluir que la inversión extranjera no mejora la situación de los trabajadores en el país de destino.

La importación de capital extranjero no eleva los salarios reales en países que tienen un exceso de oferta de trabajo, a menos que el capital resulte en un aumento de la productividad en aquellos bienes que producen para su propio consumo. (p. 191)

Esto se debe a que las industrias, sin importar lo productivas que sean ni la proveniencia de su capital, cuentan con un suministro constante e ilimitado de trabajadores dispuestos a trabajar por un salario apenas mayor que su ingreso en el sector de subsistencia (“aquello que producen para su propio consumo”).

Como menciona Hirota (2002), el modelo “provee un descripción general acerca de la forma en la que la desigualdad se desarrolla en los países menos desarrollados” (p. 55), y, en términos generales, a nivel mundial (p. 52). Pero no describe adecuadamente la acumulación de capital, que para Lewis sería inevitable producto de la expansión del sector capitalista y la eventual absorción del trabajo disponible. Así como Rostow lo propuso en su famoso modelo de desarrollo por etapas (1960), Lewis señalaría que el desarrollo de la economía capitalista con gran consumo de masas es una consecuencia inevitable para todas las naciones. En ello, la evidencia le contradice (Serefoglu, 2016).

Por el contrario, en una interpretación del modelo de Lewis provista por Bresser-Pereira (2012), la dinámica de salarios bajos para sostener las ganancias del sector capitalista produciría una falta crónica de demanda doméstica (p. 349). En realidad, los capitalistas y la clase dominante tenderían a realizar inversiones más bien pródigas en lugar de productivas, y se comportarían más como rentistas que como empresarios: por ello pueden verse interesados en mantener una baja productividad en los trabajadores de subsistencia. De esta forma, los salarios bajos se convierten en una suerte de versión extendida de la Enfermedad Holandesa, en la forma propuesta por el mismo Bresser-Pereira (2008, p. 67 – 68), quien señala que esta es “una razón fundamental por la que los países asiáticos más dinámicos manejan su tipo de cambio de una forma tan rigurosa, previniendo su apreciación” (p. 68). Sobra decir que esto último podría ser un verdadero reto en un país dolarizado unilateralmente de jure, más aún cuando la política monetaria fue más cercenada tanto por la Ley de Fomento Productivo (2018) como por la Ley de Defensa de la Dolarización (2021).

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