Economía política, Historia, Observatorio, Semiótica

La dolarización ecuatoriana: significante vacío, síndrome de Estocolmo y cultura americana

Seguramente en estos días de aniversario verán titulares en la prensa y tendencias en redes sociales que hablen sobre los méritos económicos de la dolarización. Los voceros de las élites intentarán ocultar la primera dolarización de la banca offshore de los 1990s, la segunda dolarización privilegiada del feriado bancario de marzo de 1999, y la tercera dolarización -para el pueblo- en enero de 2000. No hay moneda sin banca, no hay historia de la moneda sin historia de la banca. Se olvidarán de los créditos vinculados, hablarán mal de los políticos que imprimen dinero y azuzarán el fantasma de la hiperinflación.

Sin embargo, la dolarización es mucho más que eso. En este corto ensayo, queremos compartir unas reflexiones culturales, semióticas y sicológicas sobre la dolarización. 

La dolarización se ha convertido en una suerte de significante vacío, en términos de Ernesto Laclau. Cada persona le llena de contenido según su visión, experiencia o ideología. Para algunos, dolarización es sinónimo de libre mercado y disciplina fiscal. Desde ese punto de vista, la heterodoxia y la dolarización se convierten en irreconciliables. Para otros, es sinónimo de colonialismo y subordinación. Unos han hablado de dolarización del Estado y del mercado. Aquí hemos hablado de la diferencia entre dólares y xenodólares y hemos compartido ensayos sobre los dólares ecuatorianos. También hemos hablado cómo los bancos crean dólares. La heterodoxia alegó que el dinero electrónico contribuye a preservar y gestionar estratégicamente la dolarización mientras que para los ortodoxos, el dinero electrónico era la muerte de la dolarización. En la literatura más formal, hay la dolarización de jure y la dolarización de facto. En los últimos años hemos oído a Nicolás Maduro pronunciar “gracias a Dios existe la dolarización” y hemos escuchado a Cristina Fernández condenar la intensa dolarización. El Fondo Monetario habla de fortalecer la dolarización de jure en el caso de Ecuador pero respalda la desdolarización de facto en el resto de la región. Finalmente, es común la crítica a la supuesta, pero inexistente, hipocresía de criticar a la dolarización pero aún defenderla por la imposibilidad de salir de ella.

Un análisis de tendencias de Google nos revela que la gente dejó de buscar el significado de la dolarización luego del 2005. Pero, según esos gráficos, en estos últimos días los cybernautas afincados en Ecuador han vuelto a pensar en ella. Quizás se debe al aniversario y o quizás por la ley Trole 4 que fue archivada y que gravemente hubiese tenido efectos sobre el esquema monetario del país. La conversación en Twitter ha sido mucho más activa, y más politizada.

Los voceros de las élites bancarias apelan a las características anti-inflacionarias de la dolarización con tácticas de miedo y temor. Los euroescépticos griegos hace cinco años o los italianos el año pasado, que odian al euro macroeconómico de la devaluación interna pero aman al euro micro (el de su bolsillo y el de la contabilidad estable), cual Síndrome de Estocolmo, optaron por quedarse con el euro. Ambos países tienen historia de alta inflación con monedas nacionales. La sicología de la moneda dura como moneda nacional definitivamente se respalda en el temor a la hiperinflación y a la memoria de las devaluaciones, en drachmas griegos, en liras italianas y, claro, en sucres.

En nuestro caso, este fenómeno sicológico y cultural se consolidó luego del primer quinquenio de la dolarización para el pueblo (aquella que arrancó un día como hoy, hace veinte años). En la primera y segunda dolarización de los años 90, banqueros, promotores inmobiliarios y otras élites ya se aprovechaban de la presencia del dólar: tenían sus salarios denominados en la moneda norteamericana y se aprovechaban de tener dólares frente a la devaluación brutal del sucre (la banca por ejemplo ganó muchísimo al tener la mayoría de sus activos denominados en dólares y mientras que sin problema colocaba créditos a tasas altísimas en sucres que se devaluaban a diario). Pero en los primeros años de la dolarización formal de la economía mucha gente de a pie incluso estaba descontenta, extrañaba el sucre. Quizá leer este texto removerá esos pasajes olvidados para algunos. Poco a poco, se fue consolidando un esquema monetario hegemónico alrededor del dolar, no solo por la vía legal sino también en la cultura.  Mientras en la gran mayoría de países del mundo, los sistemas monetarios tienden a volverse una suerte de ecosistemas complejos (sin decir que las monedas nacionales pierden relevancia), el Ecuador es un caso de una clásica hegemonía monetaria (¡y con moneda ajena!). Los medios de comunicación, verdaderas extensiones de la banca, reproducen y amplían la hegemonía del dólar.

La dolarización debe entenderse en su complejidad y no solo en su dimensión económica sino también cultural y sicológica. Allí hay una gran deuda de las agendas de investigación, no solo de economistas sino de otras disciplinas. Por otro lado, como toda herramienta de política pública, la dolarización debe ser constantemente discutida, mejorada, modificada o, de darse el caso, deshechada temporal o definitivamente. En todo caso, dejar la dolarización a la deriva, malentendiéndola como una panacea o un ente que no se debe tocar, es una peligrosa irresponsabilidad.

Cuando la memoria de la crisis de los 1990s se va esfumando por el paso del tiempo, se encuentran nuevos fantasmas contemporáneos como la hiperinflación venezolana. Hasta Moreno dijo que «salvó la dolarización» al firmar un pacto con el FMI y evitó convertir al Ecuador en Venezuela. Pocos relacionan la devaluación ecuatoriana con el doble salvataje bancario: sucres infinitos para los banqueros dentro del País y dólares de libre-cambio por esos sucres fuera del País. Vale preguntarse qué pasará conforme las nuevas generaciones olviden la devaluación de los 1990s así como ya se olvidaron la sucretización de los 1980s.

Los billetes euros son moneda común en todos los países de la zona euro, pero los monumentos arquitectónicos ahí pintados no existen, son imaginarios -para no generar celos entre los países-. Los billetes están escritos en todos los idiomas oficiales. Las monedas euros, en cambio, son acuñadas en cada país, y contienen símbolos que respetan las identidades nacionales. Los dólares, al contrario, son 100% gringos. Están en inglés y generalmente vienen de la Reserva Federal de Atlanta, que es la encargada de proveer cash al patio trasero. Esa letra “F” que vemos en la mayoría de billetes, significa que es del distrito 6 (F es la sexta letra del alphabet). Conocemos a Washington, a Jefferson, a Lincoln, a Hamilton y a Jackson (¿los conocemos?). Pero, al menos que estemos en algún circuito de lavado de dinero -socio sine qua non de la dolarización-, no conocemos a Grant ni a Franklin. 

Por rechazo masivo a su uso en Estados Unidos, la Reserva Federal de Atlanta nos envía a Sacagawea*: la madre indígena que carga a su hijo lactante en la moneda de un dólar y el símbolo de nuestro Observatorio. La Ley Trole 1 no permitió que acuñemos más que unos centavos (¿de dólar?); no se nos permitió acuñar una moneda de 100 centavos (a Panamá sí, que tiene su Balboa). El único año que emitimos monedas fue en el año 2000: Luz de América, Juan Montalvo, Vicente Rocafuerte, José Joaquín de Olmedo y Eloy Alfaro. Con los gobiernos de la Patria altiva i soberana tampoco emitimos -ni si quiera- centavitos nacionales. Hoy coleccionamos los árboles de los estados gringos y los ex presidentes de “la Yoni”. Por lo menos compartimos la moneda con nuestros hermanos migrantes y no nos estafan en el tipo de cambio de las remesas.

El salario mínimo mensual es $400 ¡y en dólares!  Esos billetes nos dan poder liberatorio en todo el planeta – y a migrantes cubanos, colombianos y venezolanos que vienen a nuestro País – también. Como Ecuador, El Salvador está dolarizado; y sus migrantes, también. Cultura americana.

En abril de 2017, en un artículo de la Revista de la CEPAL se plantearon cinco razones por las cuales el Ecuador debería abandonar la dolarización. Sin embargo, es una discusión que en Ecuador ni siquiera se concibe. Por doquier se nos dice que la dolarización ha sido un éxito y que la desdolarización sería catastrófica (también aquí). No hay contrapunto.

Hace poco vimos reacciones frente a una potencial salida de la dolarización. Quizás la pregunta no sea si mantener o abandonar la dolarización (que sí se ha planteado, tan temprano como en 2002, aunque el planteamiento haya sido deshechado por los medios de comunicación y por una buena parte de la academia, sin haber llegado a respuesta satisfactoria en ningún sentido), sino las políticas que podrían adoptarse en un contexto de dolarización.

El esquema monetario no es un objetivo, es una herramienta. Los objetivos se encuentran establecidos en la Constitución. La dolarización no se encuentra como objetivo en la Constitución y pretender que sea un objetivo en sí mismo es poner al carro por delante de los caballos. Cuando el Ecuador se enfrente a un escenario de desempleo, reducción de ingresos, pobreza, hambre (¿no estamos ya allí?)…¿qué significará la dolarización?

*se pronuncia «sa-ca-dzhe-güi-a»

2 comentarios en “La dolarización ecuatoriana: significante vacío, síndrome de Estocolmo y cultura americana”

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