Esta entrada forma parte de una Introducción a la MMT, cuyo índice se encuentra aquí.
Por L. Randall Wray, traducido y adaptado por Daniel Carrera, de su original en New Economic Perspectives.
La política gubernamental y la economía abierta. Un déficit público puede contribuir a un déficit de cuenta corriente si el déficit presupuestario aumenta la demanda agregada, lo que resulta en un aumento de las importaciones. El gobierno puede incluso contribuir directamente a un déficit de la cuenta corriente a través de la compra de producción extranjera. Un déficit en cuenta corriente significa que el resto del mundo está acumulando derechos sobre el sector privado nacional y/o el gobierno. Esto se registra como una «entrada de capital». La presión cambiaria puede surgir de un continuo déficit de cuenta corriente.
Si bien el supuesto habitual es que los déficits de cuenta corriente conducen más o menos directamente a la depreciación de la moneda, la evidencia de este efecto no es clara. Sin embargo, ese es el temor habitual, -así que supongamos que surge dicha presión.
Las implicaciones de esto dependen del régimen monetario. Según el conocido trilema, el gobierno puede elegir sólo dos políticas de las siguientes tres: política doméstica independiente (generalmente descrita como un tipo de interés fijo), tipo de cambio fijo y libre movilidad de capitales. Un país que hace flotar su tipo de cambio puede disfrutar de la independencia de la política doméstica y de los flujos de capital libres. Un país que fija su tipo de cambio debe optar por regular los flujos de capital o debe abandonar la independencia de las políticas internas. Si un país desea utilizar la política interna para conseguir empleo pleno (a través de, por ejemplo, la política de tasas de interés y la ejecución de déficits presupuestarios), y si esto da lugar a un déficit de cuenta corriente, entonces debe controlar los flujos de capital o debe eliminar su tipo de cambio fijo.
Por lo tanto, un tipo de cambio flotante brinda más espacio para las políticas. Los controles de capital ofrecen un método alternativo para proteger un tipo de cambio mientras se persigue la independencia de la política doméstica.
Obviamente, estas políticas deben alejarse del proceso político- sin embargo, los responsables de la formulación de políticas deben reconocer las identidades contables y los trilemas. La mayoría de los países no podrá perseguir simultáneamente el pleno empleo doméstico, un tipo de cambio fijo y flujos de capital libres. A excepción de un país que mantenga un superávit en cuenta corriente sostenido- como algunos países asiáticos. Debido a que tienen un flujo constante de reservas de divisas, pueden mantener un tipo de cambio fijo incluso mientras persiguen la independencia de la política doméstica y (si lo desean) incluso si persiguen la libre movilidad de capitales.
En la práctica, muchas de las naciones con superávit comercial no han liberado sus mercados de capitales. Al controlar los mercados de capitales y generar superávits comerciales, pueden acumular un enorme «colchón» de reservas internacionales para proteger su tipo de cambio fijo. Hasta cierto punto, esto fue una reacción a la crisis cambiaria que sufrieron los “Tigres asiáticos”, cuando los mercados de cambio perdieron la confianza de que podían mantener sus paridades ya que sus reservas en moneda extranjera eran demasiado pequeñas. La lección aprendida fue que se necesitan reservas masivas para defenderse de los especuladores.
¿Los tipos de cambio flotantes eliminan los «desequilibrios»? En la economía global, todo superávit comercial debe compensarse con un déficit comercial. La contrapartida de la acumulación de reservas de divisas es la acumulación de endeudamiento de las naciones con déficit de cuenta corriente. Esto puede crear lo que se llama un sesgo deflacionario para la economía global. Los países que deseen mantener un superávit comercial controlarán la demanda interna a fin de evitar el aumento de los salarios y los precios que podrían hacer que sus productos sean menos competitivos en los mercados internacionales.
Al mismo tiempo, los países con déficits comerciales podrían recortar la demanda interna para presionar a la baja los salarios y los precios a fin de reducir las importaciones y aumentar las exportaciones. Si los importadores como los exportadores intentan mantener baja la demanda, el resultado es una demanda insuficiente a nivel mundial para operar con pleno empleo (de mano de obra, planta y equipo). Peor aún, tal presión competitiva puede producir guerras comerciales- naciones que promueven sus propias exportaciones y tratan de evitar las importaciones. Esta es la desventaja del comercio internacional y se agrava en la medida en que las naciones intentan fijar los tipos de cambio.
Algunos economistas (en particular, Milton Friedman) habían argumentado en la década de 1960 que los tipos de cambio flotantes eliminarían los «desequilibrios» comerciales- el tipo de cambio de cada nación se ajustaría para moverlo hacia un saldo en cuenta corriente. Cuando el sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods se derrumbó a principios de la década de 1970, gran parte del mundo desarrollado pasó a tipos flotantes y -sin embargo, las cuentas corrientes no se equilibraron (de hecho, los «desequilibrios» aumentaron).
La razón de aquello es que los economistas que habían creído que los tipos de cambio se ajustan para eliminar los superávits y déficits en cuenta corriente no habían tenido en cuenta que un «desequilibrio» no está necesariamente desequilibrado. Como se mencionó anteriormente, un país puede tener un déficit en cuenta corriente siempre que el resto del mundo desee acumular sus IOUs. El superávit de la cuenta de capital del país «equilibra» su déficit de cuenta corriente.
Por lo tanto, es engañoso llamar a un déficit de cuenta corriente un «desequilibrio»- ya que por definición se encuentra «equilibrado» por los flujos de la cuenta de capital. Como se discutió anteriormente, “se necesitan dos para el tango”: una nación no puede tener un déficit en cuenta corriente a menos que alguien quiera retener sus IOUs. Incluso podemos ver el déficit en cuenta corriente como resultado de un deseo del resto del mundo de acumular ahorros netos en forma de activos frente al país.
Regímenes monetarios y espacio de las políticas: conclusión.
Repasemos rápidamente la conexión entre la elección del régimen de tipo de cambio y el grado acordado de independencia de la política doméstica, de mayor a menor:
* Tasa flotante, moneda soberana y más espacio de política; el gobierno puede «pagar» cualquier cosa a la venta en su propia moneda. Sin riesgo de impago en su propia moneda. La inflación y la depreciación de la moneda son posibles resultados si el gobierno gasta demasiado.
* Tasa flotante administrada, moneda soberana y menos espacio de política; el gobierno puede «permitirse» cualquier cosa a la venta en su propia moneda, pero debe tener cuidado con los efectos sobre su tipo de cambio, ya que la política podría generar presiones que moverían la moneda fuera del rango de tipo de cambio deseado.
* Tipo de cambio fijo, moneda soberana y mínimo margen de política; el gobierno puede «pagar» cualquier cosa a la venta en su propia moneda, pero debe mantener suficientes reservas de moneda extranjera para mantener su paridad. Dependiendo de las circunstancias, esto puede restringir seriamente el espacio de política doméstica. La pérdida de reservas puede llevar a un incumplimiento total de su compromiso de convertir al tipo de cambio fijo.
Los detalles de las operaciones gubernamentales que se analizan a lo largo de esta parte se aplican a los tres regímenes: el gobierno gasta acreditando cuentas bancarias, adeudando impuestos y vendiendo bonos para ofrecer una alternativa de obtención de intereses frente a las reservas. Sin embargo, la capacidad de utilizar estas operaciones para lograr objetivos de política doméstica difiere según el régimen cambiario.
En una moneda fija, el gobierno puede gastar más mientras alguien esté dispuesto a vender algo a cambio de la moneda nacional, pero es posible que no esté dispuesto a hacerlo debido a los temidos efectos del tipo de cambio (por ejemplo, debido a la pérdida de reservas de moneda extranjera a través de las importaciones).
Sin duda alguna, incluso un país que adopte una tasa flotante podría restringir la política interna para evitar presiones cambiarias. Sin embargo, el gobierno que opera con una tasa de cambio fija puede verse obligado a incumplir ese compromiso, mientras que el gobierno con una tasa flotante o flotante administrada no se ve obligado a incumplir con su obligación.
Por lo tanto, las restricciones son más estrictas en el régimen cambiario fijo, ya que toda preocupación acerca de su capacidad de conversión a la tasa fija genera automáticamente temor al default (de hecho, equivalen a lo mismo). Ese miedo puede llevar a rebajas de calificación crediticia, elevando las tasas de interés y haciendo más costoso el servicio de la deuda. Toda la deuda pública mantenida en el exterior es efectivamente un derecho sobre las reservas en moneda extranjera en el caso de una moneda convertible (donde el gobierno se compromete a convertir a un tipo de cambio fijo). Si surge la preocupación sobre la capacidad de conversión, entonces solo el 100% de las reservas contra la deuda garantiza que no exista un riesgo de incumplimiento. (Es posible que los reclamos domésticos al gobierno no tengan la misma implicación, ya que el gobierno tiene cierto control sobre los residentes nacionales- podría, por ejemplo, aumentar los impuestos e insistir en su pago solo en moneda nacional).
La semana que viene: ¿qué pasa si un país adopta una moneda extranjera? (Pista: ¡mira los PIIGS!)
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