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MMT Blog 12: ¿Monedas de dinero-mercancía (commodity money)? Metalismo vs Nominalismo, Parte Uno

Esta entrada forma parte de una Introducción a la MMT, cuyo índice se encuentra aquí.

Por L. Randall Wray, traducido y adaptado por Daniel Carrera, de su original en New Economic Perspectives.

La semana pasada afirmé que las monedas nunca han sido una forma de dinero mercantil; por el contrario, siempre han sido los IOUs del emisor. Esencialmente, una moneda de oro es solo el IOU del Estado que ha sido estampado en oro. Es solo una “ficha” del endeudamiento del Estado – nada más que un registro de esa deuda. El Estado debe recuperar su IOU en pagos realizados a sí mismo. “Los impuestos impulsan el dinero”- estas “cosas monetarias” se aceptan porque hay impuestos que las “respaldan”, no porque haya oro incorporado en ellas. Como he prometido, esta semana comenzaré a tratar de disipar la opinión de que las monedas solían ser dinero-mercancía. La próxima semana, terminaremos la discusión.

En esta Introducción no quiero profundizar en la historia económica- aquí estamos más interesados ​​en cómo “funciona” el dinero hoy. Sin embargo, eso no significa que la historia no importe, ni que debamos ignorar cómo nuestras historias sobre el pasado afectan la forma en que vemos el dinero hoy. Por ejemplo, una creencia común (aceptada por la mayoría de los economistas) es que el dinero primero tomó la forma de una mercancía. Nuestros antepasados ​​tenían mercados, pero confiaban en el trueque hasta que alguien tuvo la brillante idea de elegir un bien para que actuara como medio de intercambio. Al principio podrían haber sido bonitas conchas marinas, pero a través de algún tipo de proceso evolutivo, los metales preciosos fueron elegidos como un bien monetario más eficiente.

Evidentemente, el metal tenía un valor intrínseco: se deseaba para otros usos. (Y si tomamos una teoría marxista del valor-trabajo, podemos decir que el metal tenía un valor-trabajo pues tenía que ser extraído y refinado). Cualquiera que sea el caso, ese valor intrínseco le otorgó valor al metal acuñado. Esto ayudó a prevenir la inflación – es decir, la disminución del poder adquisitivo de la moneda de metal en términos de otros productos – ya que la moneda siempre se podía fundir y vender en forma de lingotes. Hay todo tipo de historias sobre cómo el gobierno disminuyó el valor de las monedas (al reducir el contenido de metales preciosos), lo que provocó procesos inflacionarios.

Más adelante, el gobierno emitió papel moneda (o monedas de metales comunes de muy poco valor intrínseco), que prometió canjearlo por el metal. Nuevamente, hay muchas historias sobre el incumplimiento del gobierno en aquello. Finalmente terminamos con el «dinero fiduciario» de hoy en día, sin nada «real» respaldándolo detrás. Y así es como, en su momento, conseguimos las Repúblicas de Weimar y Zimbabue – sin nada respaldando el dinero que ahora es propenso a causar hiperinflación a medida que el gobierno imprime demasiado. Lo que nos lleva al lamento del gusano del oro: si tan solo pudiéramos volver a un patrón monetario «real»: el oro.

En esta discusión, no podemos proporcionar un relato histórico detallado para desacreditar las historias tradicionales sobre la historia del dinero. En su lugar, proporcionemos la descripción general de una alternativa.

Primero debemos notar que el dinero de cuenta (funciona como unidad de cuenta) tiene muchos miles de años – al menos cuatro milenios y probablemente mucho más. (Lo «moderno» en la «teoría monetaria moderna» proviene de la afirmación de Keynes de que el dinero ha sido dinero del Estado durante los últimos 4000 años «por lo menos»). Sabemos esto porque tenemos, por ejemplo, las tablas de arcilla de Mesopotamia que registran valores en términos monetarios, junto con las listas de precios en ese dinero de cuenta.

Sabemos también que los orígenes del dinero están estrechamente relacionados con las deudas y el mantenimiento de registros, y que muchas de las palabras asociadas con el dinero y la deuda tienen un significado religioso: deuda, pecado, reembolso, redención, «limpiar la pizarra» y Año de Jubileo. En el idioma arameo hablado por Cristo, la palabra «deuda» es la misma que la palabra «pecado». El «Padrenuestro» que normalmente se interpreta como «perdona nuestras ofensas» podría traducirse tan bien como «nuestras deudas» o «nuestros pecados», o como dice Margaret Atwood, «nuestras deudas pecaminosas». *

Los registros de créditos y débitos se parecían más a las entradas electrónicas modernas – grabadas en arcilla en lugar de en cintas de computadora. Y todas las unidades monetarias originales tenían nombres derivados de medidas del principal producto alimenticio en grano – cuántas fanegas de equivalente de cebada se debían, poseían y pagaban. Todo esto es más consistente con la visión del dinero como una unidad de cuenta, una representación del valor social o un IOU, en vez de como una mercancía.

O, como decimos los teóricos de la MMT, el dinero es una “ficha” (token), como el “ticket” del guardarropa que se puede canjear por el abrigo al final de la función de ópera.

De hecho, el «empeño» (pawn) de las casas de empeño (pawnshops) proviene de la palabra «prenda» (pledge) como la garantía que se encarga para luego ser «canjeada» («redeemed», en inglés, que también se traduce como redimido, que ha recibido redención) con la ficha de un IOU proporcionada por la tienda. San Nicolás es el santo patrón de las casas de empeño (y, apropiadamente, de los ladrones), mientras que «Viejo Nicolás» se refiere al diablo (de ahí el traje rojo y el hollín de la chimenea) a quien empeñamos nuestras almas. La prohibición del Décimo Mandamiento de codiciar a la esposa de tu prójimo (que incluye a esclava o esclavo, o buey, o burro o cualquier cosa que pertenezca a tu prójimo) no tiene nada que ver con el sexo y el adulterio, sino con recibirlos como empeños de deuda. Por el contrario, a Cristo se lo conoce como «el Redentor»- el «Devorador de Pecados» que da un paso al frente para pagar las deudas que no podemos redimir, una tradición mucho más antigua que subyace a la práctica del sacrificio humano para pagar a los dioses. *

Todos conocemos la admonición de Shakespeare «ni un prestatario ni un prestamista», ya que la religión típicamente ve al acreedor como el «diablo» y al deudor como quien «vende su alma» empeñando a su esposa e hijos en la servidumbre por las deudas de sus pecados. Solo la «redención» puede liberarnos de las deudas de la humanidad ocasionadas por el pecado original de Eva.

Por supuesto, para la mayor parte de la humanidad hoy en día, es del pecado/deuda original con el recaudador de impuestos, y no con el Viejo Nicolás, del que no podemos escapar. El Diablo llevó el primer libro de cuentas, anotando cuidadosamente las almas compradas; además, solo la muerte podía «borrar la pizarra», pues «la muerte paga todas las deudas». Ahora tenemos al recaudador de impuestos que, como la muerte, es lo único certero en la vida. Entre los dos, durante los primeros milenios, teníamos las tablillas de arcilla de Mesopotamia registrando débitos y créditos en la cuenta del Templo y luego en la moneda de cuenta del Palacio; tras haberse inventado el dinero como una medida universal de nuestros pecados múltiples y heterogéneos.

Las primeras monedas se crearon miles de años después, en la gran región griega (hasta donde sabemos, en Lydia en el siglo VII a. C.). Y a pesar de todo lo que se ha escrito acerca de las monedas, rara vez han sido más que una pequeña proporción de las “cosas monetarias” involucradas en las finanzas y el pago de deudas. Durante la mayor parte de la historia europea, por ejemplo, las cuentas, las letras de cambio y las «pestañas de barra» (de nuevo, es reveladora la referencia a «limpiar la pizarra»- algo que puede que no se haga durante uno o dos años en el bar, donde el tabernero llevaba las cuentas) hicieron la mayor parte de ese trabajo.

De hecho, hasta tiempos muy recientes, la mayoría de los pagos realizados a la Corona en Inglaterra se realizaban en forma de varas de conteo (el propio IOU del Rey, registrado en forma de muescas en madera de avellano)- cuyo uso se interrumpió hasta bien entrado el siglo XIX (con un resultado catastrófico: ¡El Tesorero hizo que los arrojaran a las estufas con tal entusiasmo que el Parlamento fue quemado hasta los cimientos por esos malvados recaudadores de impuestos!) En buena parte de los reinos, la cantidad de moneda era tan pequeña que podía (y de hecho lo hacía) utilizarse frecuentemente para ser fundida y nuevamente acuñada.

(Si lo piensa bien, ¡recolectar todas las monedas para derretirlas y volver a acuñarlas sería una actividad muy extraña e inútil si las monedas ya estuvieran valoradas por el metal incorporado!).

Entonces, ¿qué eran las monedas y por qué contenían metales preciosos? Sin duda, no lo sabemos. La historia del dinero está, como afirmó Keynes, «perdida en las brumas del tiempo cuando el hielo se derretía … cuando el clima era delicioso y la mente libre para ser fértil de nuevas ideas- en las islas de las Hespérides o la Atlántida o algún Edén de Asia Central». Tenemos que especular.

Una hipótesis sobre la Grecia temprana (la madre tanto de la democracia como de la acuñación- casi con certeza ambos conceptos están vinculados de alguna manera) es que las élites habían monopolizado los metales preciosos, pues eran importantes en sus círculos sociales que se unían por un “intercambio jerárquico de regalos”. Estas élites estaban por encima del ágora (mercado) y eran hostiles con la incipiente polis (gobierno democrático de la ciudad-estado). Según la erudita Clásica Leslie Kurke, la primera moneda acuñada de la polis se usaba en el ágora para «representar la afirmación del Estado de su máxima autoridad para constituir y regular el valor en todas las esferas en las que operaba el dinero de uso general … Por lo tanto, la moneda emitida por el Estado como equivalente universal, así como el ágora cívica en la que circulaba, simbolizaban la fusión en una sola ficha o sitio de muchos dominios de valor diferentes, todos bajo la autoridad final de la ciudad”. ** El uso de metales preciosos era un gesto de burla consciente contra la élite que le daba un gran valor ceremonial. Al acuñar su metal precioso, para ser usado en las casas de prostitución del ágora por simples ciudadanos comunes, la polis ensució el intercambio jerárquico de regalos de la élite- apropiándose del metal precioso, y con su sello afirmando su máxima autoridad.

A medida que la polis usaba monedas para sus propios pagos, e insistía en el pago en monedas, insertó su soberanía en el comercio minorista en el ágora. Al mismo tiempo, el ágora y su uso de moneda acuñada, que subvirtieron las jerarquías del intercambio de obsequios hacia un escenario de impuestos y pagos regulares a los funcionarios de la ciudad (así como las severas sanciones impuestas a los funcionarios que aceptaban obsequios), desafiaron el orden «natural» que dependía de regalos y favores. Como argumenta Kurke, dado que las monedas no son más que fichas de la autoridad de la ciudad, podrían haberse producido a partir de cualquier material. Sin embargo, dado que los aristócratas medían el valor de un hombre por la cantidad y calidad del metal precioso que había acumulado, se requería que la polis acuñara monedas de alta calidad, invariables en finura. (Note que el oro es llamado el metal noble porque permanece igual a través del tiempo, como el rey; así, de la misma manera, el metal acuñado necesitaba ser invariable). Los ciudadanos de la polis, por su asociación con monedas uniformes y de alta calidad (en los textos literarios de la época, el «temple» del ciudadano era probado por la calidad de la moneda emitida por su ciudad) obtuvieron el mismo estatus. Al proporcionar una medida estándar de valor, la acuñación hizo que el trabajo fuera comparable; en este sentido, se trató de una innovación igualitaria.

A partir de ese momento, las monedas comúnmente contenían metales preciosos. Roma continuó con la tradición, y la tesis de Kurke es consistente con la declaración de San Agustín, quien afirmó que, así como las personas son las monedas de Cristo, las monedas de metales preciosos de Roma representan una visualización del poder imperial- cumpliendo inexorablemente con las órdenes del emperador. *** Note, nuevamente, el vínculo entre el dinero y la religión.

Ok, eso nos lleva a la época romana. La próxima semana examinaremos las monedas desde Roma hasta los tiempos modernos.

Referencias:
* Recuperación: deuda y el lado oscuro de la riqueza, por Margaret Atwood, Anansi 2008.
** Monedas, Cuerpos, Juegos y Oro, por Leslie Kurke, Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, 1999; xxi, 385; papel $ 29,95 (ISBN 0-691-00736-5), tela $ 65,00 (ISBN 0-691-01731-X).
*** Si alguien conoce la fuente de la comparación de San Agustín entre personas y monedas, por favor proporciónela. Agradezco a Chris Desan, David Fox y otros participantes de un seminario reciente en la Universidad de Cambridge por la discusión en la cual me baso aquí.

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